LA DE LA CAPUCHITA



Vi el halo de luz que se colaba por la rama desnuda, iluminaba directo a la nena.

No había en todo el bosque comida más rica que la que ella llevaba en la canasta.

Una gruesa gota de baba se me escapó por la comisura, caía al ritmo de los ruidos de mi estómago. Cómo hacerme de ese manjar.

Claro que con mi simpatía y amabilidad no iba a lograr que me convidara nada.

Se me ocurrió algo, podría hacer que se perdiera en el medio del bosque y así el miedo le haría olvidar lo que llevaba.

Le indiqué un camino equivocado para llegar a destino. La observé sigilosamente como deambulaba, esperando con paciencia que llegue su miedo, su desesperación, los gritos, el temblor, los pedidos de auxilio, las corridas.

¡Pero no puedo ser tan estúpido! el camino que le dije también llegaba a destino, sólo que era un poco más largo.

El hambre ya no me dejaba pensar.

Plan B: Me metí en la casa sin que me vieran y ahí me encontré con una vieja más muerta de hambre que yo. Bueno, la encerré en el placard y me acosté en su lugar a ver si así lograba ese bendito almuerzo.

La nena entró y cayó en mi trampa.

-Abuelita, qué ojos tan grandes que tenés…

-Son para mirarte mejor

-Abuelita qué orejas tan grandes que tenés...

¡Qué molesta! quién tiene ganas de jugar en mis condiciones.

-Abuelita qué boca tan grande que tenés…

Ahí fue cuando dije ¡basta! y para asustarla y que salga corriendo olvidando su canasta, le rugí, -Para comerte mejor- justo yo, el único lobo vegetariano de la historia.

Pero tan mala puede ser mi suerte que la nena salió corriendo sin soltar la comida.

Me quedé lloriqueando, lamentándome de mi desgracia. Y no va que vuelve la piba esta con un cazador.

Y acá me tienen, tapado de una copetuda dama de la alta sociedad. Ah, y muerto de hambre.

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